Mi
ayudante me acompañó hasta la sala de espera.
Había
sido una operación de siete días que desembocó en fracaso. Todos
los del Centro estaban conmocionados, incluido mi jefe, que, además,
era la persona a la que nadie le podía superar en ese momento en
cuanto a la intensidad de su sentimiento de frustración. Nadie
entendía qué había ido mal, pues era la primera vez que se
archivaba un fracaso en este tipo de tratamientos.
Su
mujer estaba al otro lado de la puerta esperando a tener noticias de
su marido. Había sido informada de los riesgos, pero aún así quiso
seguir adelante, pues esperanza era lo único que le quedaba. Había
llegado la hora de informarle sobre la mala noticia.
Nada
más abrir la puerta, pudimos ver mi fiel compañero y yo cómo ella
tuvo un atisbo de necesidad de sentarse, tras estar mucho tiempo de
pie, pero se reincorporaba de inmediato en cuanto percibió el
chirriar de la puerta al área restringida.
- ¡Oh, por fin,
gracias a Dios! - exclamó – Y bien, díganme. ¿Cómo está?
Esperé a que fuese mi compañero quien hablase, pero en lugar
de eso agachó la cabeza.
- Señora... no sé
cómo decirle esto... – conforme iba hablando lentamente, la
sonrisa de la señora se desvanecía – pero no hemos podido curar
a su marido.
- Pero... pero... no
lo entiendo. ¿Cómo ha podido pasar?- Los métodos no surgieron efecto. En cuanto le poníamos delante de sí una comida extranjera, echaba la vista hacia otro lado. Echó a base de peyorativos prejuiciosos a todo conferenciante que venía a hablarle de lo maravilloso que era su país. Cada vez que le sintonizábamos un documental como medida alternativa, cogía el mando a distancia y lo lanzaba contra la televisión. El Centro no nos ha permitido comprar una octava para reparar los daños y asegurar futuros tratamientos. Cada vez que le damos un periódico se va a la sección de pasatiempos y tira el resto por la ventana. Se niega a que lo vean las enfermeras a no ser que tengan un físico atractivo, de lo contrario las abofetea y las echa de la habitación a base de comentarios machistas-
- ¡DIJERON QUE PODÍAN CURARLE! ¡CONFIÉ EN USTEDES! ¡Díganme! ¿¡QUÉ HA SIDO DE ÉL!? ¿¡DÓNDE ESTÁ!? - acto seguido se puso a sollozar de rodillas en el suelo - ¿Qué ha sido de mi marido?... ¿Cómo está?... ¿Está...?
Ni mi compañero ni yo nos dimos cuenta, pero su marido estaba detrás de nosotros. Estaba desnudo y no paraba de gritar “¡MUERTE A LOS HOMOSEXUALES! ¡VIVA TEJERO! ¡ARRIBA ESPAÑA! ¿¡PARA QUÉ QUIERO CONOCER EL MUNDO SI TENGO TODA LA CERVEZA BARATA AQUÍ!? ¡ROJOS, PUTOS ROJOS!” mientras cogía un saco de los de donación de sangre y pintaba una esvástica en la pared. Las enfermeras estaban tan frustradas que ni se molestaron en detenerlo.
Fue entonces cuando mi compañero por fin levantó la cabeza y
concluyó el diagnóstico.
- Señora, su marido
es subnormal.