Welcome!

El mundo está lleno de lugares que nadie conoce... y el hombre, hambriento de curiosidad, intenta descubrirlos. Las palabras que achicharran vuestros ojos desde esta pantalla no hacen otra cosa que perderos, pues hay que perderse para alcanzar los destinos más inalcanzables... de lo contrario, todo el mundo sabría dónde están. Perdéos en el mundo onírico, pues nos veremos al otro lado. Bienvenidos

martes, 22 de mayo de 2012

La Timba Neurótica. (The Neurotic Poker Hand)

   Era demasiado tarde. Ya empezaba a ver cosas que sabía que estaban ahí, pero que yo no debía verlas, porque aquello implicaba perder todo rumbo en la vida que tuviese. Y sin embargo ahí estaban aquellos martillos diciendo "MILWAUKEE, MILWAUKEE!!" y golpeándose entre ellos hasta que cayó uno de los dos al suelo y empezó a llenarse de un líquido que parecía ser aceite. No pasó ni medio segundo cuando el otro martillo exclamó:
    - ¡Santo Estofado de Imbécil! Los alicates no tienen aceite, ¡sino remolacha! -maldecía una y otra vez mientras se colocaba de nuevo su sombrero de cuero del que se oía el cantar de un cucú amarillo; entonces, con sus manos humanas de seis dedos abrió la puerta del bar y desapareció en la oscuridad.
   No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Solo sé que los lápices a los que les estaba sacando punta en ese momento para calmar los nervios estaban empezando a chorrear sangre. Me dolían los lápices, y mucho, como si fuesen mis dedos. Los gusanos de mi cara empezaban a introducirse en mis órbitas; mis piernas no me respondían, pero las ruedas sí (qué extraño, se supone que las ruedas las mandé a reparar esa misma mañana), y empecé a recorrer el bar oyendo risas y sintiendo como mis bolsillos se llenaban de cerveza licuada con moras.
   - ¡No pensé que fueses a ser más payaso de esta manera! -gritó el camarero Illianov mientras soltaba una carcajada que siguieron todos los demás- ¡Si lo hubiera sabido, te habría animado a jugar mucho antes!
    Y mientras una mujer vestida de gato me abría la puerta y me ayudaba a atravesarla -me había atascado con la cadera, o más bien ancla, de 2 metros de ancho- blasfemaba contra todo aquel que se riese a mis espaldas. Les juré que volvería al día siguiente a reclamar lo que es mío.
   Aquel póker de reinas de Edward Glowstone arruinó mi noche. Es la última vez que apuesto mi cordura en una partida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario